Mi acercamiento a esta disciplina no fue un camino recto. Comenzó a generarse mientras estudiaba Go en boot.dev y, casi por casualidad, descubrí al Pelado Nerd. Luego fue cuestión de tiempo para que me integrase en la comunidad de Nerdearla y eso marcara un antes y un después en mi carrera.
De repente, ya no se trataba solo de programar: empecé a interesarme por todo el mundo de la infraestructura y la cultura a los sistemas.
Más que un rol, una filosofía
Al principio veía DevOps como un posible rol para desempeñar. Pero con el tiempo me di cuenta de que su valor iba más allá de lo laboral: era una filosofía de vida.
En DevOps se habla de consistencia, disponibilidad, organización y automatización. Y entendí que esos mismos principios podían aplicarse en mi día a día:
- Monitoreo → prestar atención a cómo me siento, qué como y cómo entreno.
- Automatización → organizar mi entorno y mis rutinas para que los hábitos saludables fluyan naturalmente.
- Disponibilidad → cuidar mi energía para estar presente en los momentos importantes.
- Escalabilidad → construir hábitos que me vayan generando cada vez mejores beneficios.
Los cambios en mi día a día
Aplicar esa mentalidad me llevó a mejorar aspectos concretos:
- Alimentación: más orden y mejor calidad.
- Ejercicio: entrenar con regularidad, como un proceso confiable.
- Organización personal: priorizar y mantener consistencia en mis objetivos.
Lo curioso es que, sin darme cuenta, estaba aplicando principios de la computación para optimizar mi propio sistema operativo: mi vida.
Hoy sigo explorando el mundo DevOps profesionalmente, pero también lo llevo conmigo como una manera de pensar. Porque al final, no se trata solo de servidores y pipelines, sino de construir procesos que nos hagan más resilientes, disponibles y consistentes.
Y esa, creo, es la mejor definición de DevOps como Filosofía de Vida.